miércoles, 30 de noviembre de 2011

Viendo una foto por una hora

Ejercicio para la clase de Cine Experimental de CENTRO. 
Una hora observando una fotografía que tomé hace un tiempo.


Creo que es mejor que no se vea la imagen, porque el ejercicio es algo descriptivo, pero si así se desea se puede ver aquí:

http://browse.deviantart.com/?q=emilio%20santoyo&order=9&offset=24#/d36lkil


Son las 8:43 de la noche aquí en casa. El frío del bosque es insoportable y todas las lámparas están encendidas. Aprieto una combinación de teclas caótica y en el monitor de mi computadora aparece una foto específica.

No se porqué la he elegido. 

O tal vez sí. No dejo de pensar en ella y creo que ver algo más es inútil.

Es una foto tuya.

Hace mucho que no la veo, de hecho tuve que hurgar un rato entre mis desordenados archivos electrónicos para encontrarla. Siempre dije que era de las mejores fotos que había tomado. Ahora no recuerdo exactamente la razón para decir eso.

Ojalá la hubiera mandado imprimir, tenerla física, a mi lado, haría esta labor más fácil. O probablemente el tacto del plástico, un leve indicio de tu cuerpo en la tinta, haría que tu recuerdo fuera otro.

Lo primero que noto es la diferencia de tu rostro y tu cuerpo. Eras más jóven. La mujer que veo es otra,  la de un ayer no tan lejano. Tres años, ahora lo recuerdo. Tomé esa foto en el 2009.

No se porqué dije que era una buena foto. Fuera de que sales terriblemente bien es una imagen pésima, como tomada para algún catálogo de ropa barata. El encuadre es algo plano y la composición no tiene un ápice de interesante. Tu, ocupando gran parte del cuadro desde la cintura hasta la cabeza, estás en el centro exacto, una figura delgada y libre entre el espacio. Solo tú estás en foco. El sol quema tu hombro derecho y le da relieve a tu cabello castaño, lacio, que se ha quedado congelado en movimiento gracias a la magia que sólo un rápido obturador causa. Por la inclinación de la luz, diría que la tomé a las dos de la tarde. Sí, fue a esa hora porque después fuimos a comer a un lugar sin importancia entre las calles del Centro Histórico.

Entre el fondo fuera de foco, formado por esos diminutos círculos de colores que los japoneses llamaron bokeh en un esfuerzo por nombrar algo que antes de la fotografía no existía (deformación que el dispositivo creó en el intento de simular al ojo humano con su foco selectivo ) se alcanzan a distinguir las figuras de altos edificios de colores tierra que te rodean cual trono. El de la izquierda es de estilo Art Decó, amarillo y con unas características ventanas cuadradas, largas y sumidas, que dan el aspecto de estar en un cómic de Batman. Después, surgiendo de entre las palmeras, un segundo cuerpo se levanta en el aire. Este es blanco y moderno, nivelado como pastel de bodas y con lo que parece ser un helipuerto arriba. Después, casi justo detrás de ti, una torre enorme, prisma rectangular perfecto de color marrón, rompe la composición y te hace ver más pequeña. Toda la parte izquierda de la foto a ocupa otro edificio, mucho más cercano y por eso incompleto, que hace una mancha gris uniforme.

Pero este paisaje urbano está muy a lo lejos, tu estás en un espacio abierto. Se nota porque, en el fondo, la explanada de piso color arena se extiende hacia el infinito, hacia un punto de fuga que no veo porque tapas con tu vientre. Hay algunas personas a tu alrededor, que en proporción parecen muñecos. Curiosamente todos van vestidos de azul, como uniformados por alguna institución que nunca conoceré. Lo que más denota son las gigantescas banderas tricolores: Verde, blanco y rojo que, saliendo del piso, se elevan a tu espalda y forman dos incoherentes alas que salen detrás de tus brazos. Exactamente enfrente de las banderas, coincidiendo con su asta, dos líneas gruesas y blancas rompen la gravedad y explotan en su derrota contra ella: Son chorros de agua de una fuente que también está detrás de ti. Por eso es una mala foto, porque habiendo cosas tan interesantes, quedaron en segundo plano relevadas a esa figura de niña despreocupada que ahora lo abarca todo.

El día soleado hace resplandecer tu piel morena, “canela” diría la canción popular. Tus brazos están desnudos al calor, mientras que tu pecho está cubierto por un suéter de lana beige, que, con grandes botones del mismo color, se abre en un intento por dejarme ver tu cuello, esfuerzo que tu cabello, que llega a esa exacta altura, frustra sin remedio. Debajo del suéter llevas arremangada una playera blanca, común, sin ningún tipo de estampado o logotipo. Simple, como toda tu.

Pero es tu rostro donde encuentro la mayor satisfacción. Probablemente esa haya sido la razón de atreverme a llamarla mi “mejor” foto. No se qué te llamó la atención en ese instante, pero no me ves a mi. De hecho, miras interesada algo que debió estar detrás del fotógrafo, al lado izquierdo. Tus ojos, chiquitos, en ese momento se abrieron para captar con mayor detalle eso que fue objeto de tu súbita simpatía… Porque sonríes. Lo haces como siempre lo hiciste, dejando ver tu perfecta dentadura que no era producto de ningún tratamiento dental, sino de la naturaleza. Tus pómulos, realmente pequeños pero de una presencia descomunal, hacen que tus ojos se cierren un poco en la parte de abajo, como en las caricaturas. Ríes honesta, no como modelo o como actriz, sino como alguien real, como quien eres o eras en ese entonces.  Recuerdo que pensé que ningún intérprete podría igualar esa sonrisa, cuando en la noche, después de dejarte en tu casa, revisé el carrete de fotos.

Ya ha pasado casi una hora y sorprendentemente la nostalgia que me invadía en un principio ha pasado.

La pila de mi computadora se acaba y yo, aquí en cama con este pie roto que me complica la vida de una manera que nunca imaginé posible, no puedo levantarme por el cargador. Sin embargo, ahora tengo mas frío y no se si es por el hecho de que la temperatura haya bajado. No quiero cerrar el monitor porque se que te dejaré de ver, pero confío en que mi memoria sea más poderosa que cualquier cámara, y hasta cierto punto odio esa foto y todas las que te tomé, porque ostentan un título que no se merecen, las de un “momento” que ha pasado y que se supone debo alabar, como si esas imágenes cerraran todo lo que pasó, todo lo que vivimos en las eternas aventuras que teníamos.

No, tampoco es una foto tan mala, pero no alcanza a capturar con certeza todo lo que en algún momento pensé sobre el momento, sobre ti, sobre nosotros. Y sin embargo ahora esa es la única prueba de que ese día existió, que vivimos un pedacito de nuestras vidas en las calles de la Ciudad de México.

Termino de escribir a la alerta de que, gracias a mi falta de apuro, la computadora se cerrará. Más de una hora ha pasado, y la foto sigue ahí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario